En el alma del bosque con los seres
elementales de la naturaleza
Estar en el alma del bosque resulta una
bendición. Fundirse en el trino de los pájaros al amanecer, cuando los primeros
rayos acarician la cresta de las montañas, te conecta con lo sagrado del
instante que tienes el honor de presenciar.
La niebla a los lejos se ha posado en el
valle con una forma tan densa que parece que se haya disfrazado de mar y
conforme se va retirando con parsimonía y elegancia a lo largo de la montaña,
descubre los picos de las rocas que había estado ocultando con recelo.
El silencio tiñe el lugar con la esencia de
lo divino y de lo auténtico y se muestra como un emperador callado que reina sin
ser visto ni desvelar su identidad.
El sol se despierta y da vida a todo aquello
que está bajo su dominio. Este astro levanta el telón de la noche y otorga el
colorido luminoso a la vegetación de la cordillera nevada.
El silencio
desayuna con el corazón del bosque y
a ellos se unen la magia y la belleza inherente al reino de la naturaleza. Los
elfos, las hadas, los gnomos y los duendes comparten el ágape con ellos,
mientras celebran la dicha de existir. Los animalitos se acercan a ellos, mansos
y confiados, y se rinden al momento y a la compañía de estos seres de luz alados
cuya religión es la preservación del planeta.
El graznido de los cuervos irrumpe con tal
fuerza que rasga el silencio. Precisamente, con este sonido pretenden
enseñorearse del silencio, olvidando que éste se halla en el trasfondo del ruido
que emiten.
El encanto y el misterio sutil de la niebla
que perezosamente se pasea todavía sobre algunas praderas, se confunde con el de
las nieves de las cumbres
en una unión y un equilibrio natural que me
fascina. Atestiguarlo es un honor que me impulsa a seguir reverenciando con más
fuerza a la Madre Naturaleza, y vivo este sentimiento de manera tan intensa que
hace que me olvide del frío que hace. Me siento diminuta ante tanta grandeza
pero intuyo que mi respiración confluye al ritmo de los latidos del vientre
terráqueo.
Me emociona la expresión natural de todos
los elementos de la naturaleza tan llenos de su ser y de su identificación con
el milagro que subsiste en toda forma de vida.
A lo lejos escucho la voz de mi alma gemela,
ese ángel de la guarda que me ha enseñado a amar la vida, y que no ha podido
resistir la tentación de adentrarse en el bosque para recoger sus frutos y
silenciar sus pensamientos en la paz de tan hermoso lugar. Su voz me llama y me
recuerda que debo despedirme en secreto del bosque. Lo tomo en mi corazón y le
envío reiki a él y al alma del mundo que ha tenido la bondad de acoger a la
humanidad en su seno.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Las hadas y los elfos del río
Hoy vivo mi sueño particular en el lecho del
río. El sueño de refrescarme en el agua, de recrearme en su sonido relajante y
de agradecerle su función nutriente de la tierra y de los que la ocupan.
De pequeña, me encantaba bañarme en el río,
arropada por el trino de los pájaros y por la brisa traviesa que soplaba entre
las hojas de la vegetación y se escabullía,
filtrándose en el agua. Podía sentirla entonces como un cosquilleo que me bajaba
hacia los pies, mientras permanecía inmóvil dentro del río, agotada de
zambullirme y chapotear sin parar.
Ahora me siento parte del río y aquí pido
a la vida que me ayude a fortalecer mi compromiso con la madre naturaleza para
contribuir a preservarla y permitir que brille con la luz que sólo la madre
tierra tiene reservada para sus hijos.
Los elfos y las hadas se mantienen en un
segundo plano, para no robarle el protagonismo al encanto del momento.
Los rayos del sol me susurran que estamos
aquí para sentir y conciliarnos con el hoy y no para perdernos en el camino de
las preocupaciones que nos fustigan para no dejarnos ser.
Agradezco todo lo que me ha llevado a este
instante de comunión con lo que es y con la sabiduría que rige el Universo. Yo
me empeño en ser feliz, aunque a
veces no la comprenda. Sé que en todo lo que sucede, se esconde lo divino y que
acabará saliendo con la misma naturalidad con que lo hace el arco iris tras la
lluvia.
La magia se oculta en cada milagro que nos
pasa por alto. La vida está llena de ellos pero a veces tenemos una habilidad
especial para ignorarlos. El milagro radica en la existencia en sí misma, en el
fluir de los acontecimientos, en el interior de cada uno de nosotros. A veces
nos perdemos a nosotros mismos y entonces somos incapaces de reconocernos como
milagro y nos volvemos ciegos al milagro que se halla en todo lo demás.
El alma es nuestro mejor regalo. Es un
milagro eterno y nuestra mejor maestra pero a muchos les resulta invisible y por
eso no saben de su presencia. Está en nosotros y en todo lo que observamos.
De pequeña me emocionaba el equilibrio de lo
natural y como todo acaba regresando a su origen. Así de flexible y de obvio
resulta todo.
Añoro haber dejado de ser niña pero sigo
soñando despierta el sueño del ahora, ese ahora que cobra vida en el latido de
mi vibración de agradecimiento, de asombro, de aceptación y de dicha por ser lo
que soy. Mis guías, a quienes percibo como seres alados muy ligados a la
naturaleza, y todo lo que me ha pasado, me han conducido a este ahora, ese logro
en sí mismo que yo vivo en cada paso sin aferrarme a ninguna expectativa que
pudiera modificar la esencia pura de cada momento que yo tengo la bendición de
sentir.
La transparencia del agua me transmite que
el alma limpia del río, le infunde esa cualidad que la convierte en ella misma.
Le pido a esa alma que me enseñe a sanarme y a comunicarme con las hadas
sanadoras del agua.
La soledad es el regalo que me permite
interiorizarme con paciencia para acceder a ese grado de mí misma que hasta
entonces desconocía. Sin embargo, el dolor me impide entregarme a un nuevo grado
de evolución. Ser consciente de ello ya es un primer paso, el siguiente, seguir
adentro.
Hay tanta belleza contenida en este lugar y
también ante mí que bien merece la pena investigarme a mí misma. Si la veo
reflejada fuera, también estará en mí.
Una hoja cae suavemente de un chopo sobre la
superficie del río. La hoja se deja llevar por su alma viajante y errante que la
guía río abajo, aunque a ella ni tan siquiera parece importarle la dirección,
sólo el camino infinito que su alma ha trazado para ella.
Existe un trasiego más allá de nuestra
comprensión donde se tejen los hilos del destino con la laboriosidad de un mago
que despliega su magia en el horizonte de cada paso que damos.
Percibir esa magia que ha sido creada para nosotros, nos coloca en una dimensión que va mucho más allá de lo que somos capaces de ver ahora y que nos conecta con la inmensidad del ser.
Percibir esa magia que ha sido creada para nosotros, nos coloca en una dimensión que va mucho más allá de lo que somos capaces de ver ahora y que nos conecta con la inmensidad del ser.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Pensamientos de un hada
Paseo por un campo de ensueño
sembrado de silencio. El sol del amanecer acaricia las formas terrestres,
mientras el rocío baña el alma de las flores. La luna se ha ido tímidamente y
las estrellas han cerrado los ojos y su luz. Los rayos del sol se filtran en mis
pensamientos y reparten promesas de luz y de bienestar.
Observo y me siento en cada
árbol, en cada flor, en cada brote de hierba y es como si ya hubiera formado
parte de todo esto, sólo que ahora soy capaz de contemplarlo desde otra
perspectiva. Así es el juego de la vida, vivir la existencia desde diferentes
ángulos que nos completan.
El ruido de fondo del río me
recuerda que estoy en el ahora y camino hacia él. En el lecho, me refresco y
siento el gozo de la vivencia del instante. Un ruiseñor me regala su trino y
agradezco profundamente estar en ese lugar sagrado y divino, que desprende magia
en cada muestra de su ser.
La brisa matutina entra en
mis poros y juega en la superficie de mi piel. También penetra en cada hueco de
la tierra, en cada rendija entre planta y planta y, en cada movimiento de su
danza, doblega a la vegetación que, ligera y dócilmente, se rinde a ella.
Agradezco infinitamente
presenciar el nacimiento del nuevo día y me incluyo en ese estallido de vida que
ahora se despierta tras el letargo de la noche. Me
siento a meditar ante el río y me imagino deshacerme en el agua y fluir y
ascender por ella río arriba hacia la cumbre de las montañas. En la cima, me
convierto en nieve y cada copo cae sobre los corazones de los hombres y les
aporta dicha, entusiasmo y alegría en una chispa inicial que viene a bendecir al
mundo.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Mi paseo con las hadas, los elfos, los
gnomos y los duendes del bosque
Un viejo chopo me ofrece el
asiento de su tronco. Tras él, el ruido de fondo del río rompe el silencio de
este paisaje verde, sublime y encantador que reconozco con el asombro de una
niña y que reverencio desde el recogimiento de un alma silenciosa que halla su paz
en lo sagrado.
El tronco del chopo tiene
forma de silla en uno de sus laterales. Ese asiento parece que ha estado mucho
tiempo esperándome, y no sólo a mí, sino también a otros caminantes que desean
hacer un alto en el camino para recrearse en la belleza del lugar.
Sentada, escucho el ligero
chasquido de las hojas al caer al suelo. El otoño preside ese entorno divino y
coloreado que engulle mi atención hacia su naturaleza misteriosa y callada.
Las ortigas alrededor del
chopo me trajeron episodios de mi infancia en las montañas. Mis juegos
transcurrieron en el campo junto a ellas. Las ortigas no me gustaban porque al
tocarlas, me picaba la piel y me salían unas erupciones molestas que
desaparecían al cabo de poco. Sin embargo, de mayor me beneficié de sus
cualidades beneficiosas para el cabello.
En cada árbol, en cada
planta, en el curso de ese río detrás de mí, reconocía la paz que de pequeña
habitaba en mi alma. Deseaba recuperarla y que se quedara conmigo para siempre a
pesar de todo. Ese era mi mayor propósito y las ortigas estaban ahí para
recordármelo.
Algún pensamiento juguetón me
susurró que yo era silencio y que debía trascender mi ruido mental y el de mi
entorno habitual. La vida iba a ser mi maestra para esto. Algo me decía que no
me estaba imaginando nada y que sucedería tal y como lo había pensado.
Desde pequeña había estado
ligada a los seres elementales de la naturaleza: hadas, gnomos, duendes y elfos,
y, por supuesto, mis favoritos: los ángeles. Les pedí mentalmente a todos ellos
que me desvelaran los secretos para me recordaran como volar, encontrar mi
silencio interior y desarrollar una mente neutral, libre de juicio y de
condicionamientos externos para poder vivir en libertad y poder ser lo que había
venido a ser: una embajadora entre el reino de las hadas y el de los humanos. Un
aleteo rápido y sonoro de un ave que en ese preciso instante cruzó cerca de mí
sin ser vista, me confirmó que los seres alados habían escuchado mis peticiones
y que se habían comprometido a atenderlas. En agradecimiento, les hice una
ofrenda de pétalos de rosas y prometí traerles minerales en el futuro. Adoran
esas piedras.
Cada paso en esa naturaleza
preciosa y mágica, me acercaba a la niña libre, alegre y sin miedo que un día
había sido pero que la vida se encargó de apalear para que se convirtiera en
triste. Sin embargo, había llegado el momento de dejar eso atrás y de cortar con
lazos insanos que me habían estado ahogando durante demasiado tiempo. Había
adoptado el coraje de tomarme tiempo para aclararme, para llevar a cabo mi
misión y decir sí a esas almas que me estaban esperando en el mundo.
Seguía sentada en el chopo.
Reparé en que detrás de mí había una pequeña pared de tierra. El sonido de una ligera
cantidad de tierra desprendiéndose de ella, me recordó que debía seguir mi
camino. Ese lugar activaba al máximo mi intuición. De niña era muy sensible y
receptiva a lo sutil y mágico y quería redescubrir ese don de nuevo.
Me paré unos instantes para
recoger alfalfa para las aves que tenía en el corral de casa. De pequeña, mis
abuelos tenías plantaciones enteras para alimentar a los animales de la granja.
La alfalfa me conectó con mis recuerdos con ellos. En ese sentido, la naturaleza
me estaba brindando un retroceso que me estaba reconfortando.
El ruido de fondo del río me
calmaba y me transmitía que la existencia siempre sigue su curso y que la vida
es un don que no hay que malgastar con pensamientos negativos, al contrario, que
hay que aprovechar las dificultades para potenciar lo bueno que nos traen y
visualizar con más fuerza que nunca todo lo positivo que reside en nuestra alma.
De esta forma, nos rebelamos a nosotros mismos nuestros secretos, y con el
aliento del pensamiento positivo, les conferimos la mejor de las vidas: la del
momento presente destinado a materializarlos. Tener la valentía de visualizar lo
bueno en plena dificultad le confiera la fuerza de un volcán.
Seguí caminando y vi una
espiga de diente de león y le soplé para ver volar a sus semillas. De chiquilla
solía hacerlo, mientras pedía un deseo. En esta ocasión, antes de soplar, pedí
que la especie humana fuera digna de vivir en el mundo, convirtiéndose en su
protector.
Me senté ante el cauce el río
para seguir dejándome subyugar el sonido relajante del agua.
Los rayos del sol del
mediodía impactaban en la superficie del río donde las olas sobresalían y
provocaban la aparición de las burbujas en las bajantes. De pequeña, soñaba con
poder cogerlas para soplar y ver como explotaban en el aire pero me resultaba
imposible. Sólo podía hacerlo con las burbujas de jabón, no con las del agua del
río. Se me antojaba como si el lecho del río protegiera a sus burbujas,
otorgándoles vida eterna pues yo siempre las veía allí, dibujando sus formas
perfectamente circulares sobre el regazo del río que las amamantaba. Además, las
rocas del río se confabulaban con ellas para hacerlo posible. De pequeña
percibía la naturaleza como un ente sintiente lleno de vida, con ciclos de muerte, cambio,
regeneración y colaboración. Eso era algo que me fascinaba y que me enseñaba a
aceptar los procesos.
Dejé atrás el río y me
acerqué a unos columpios. Me senté en uno de ellos y me dejé balancear en el
aire, sintiéndome chiquilla y embargándome de la dicha del momento.
Me marché sin prisa de aquel
lugar, agradeciendo en cada paso la alegría de sentir y de vivir desde mi
corazón de niña.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Los ángeles y la naturaleza
Me siento bendecida por el halo de luz que
los ángeles irradian en mi espalda y que percibo como una mano cálida y
acogedora que me inspira confianza, que acaricia mis hombros y que me envía
energía hacia mi columna.
El agua del río fluye y suena sin cesar. Su
sonido relajante me adormece y mis sentidos se aletargan de forma mansa. Mi alma
se adormece y sigilosamente me adentro en el corazón. Me siento como cuando era
niña: libre de ser y de expresarme, en estado libre, salvaje y natural.
Me visualizo corriendo río arriba y
sonriendo a las flores, que parecían saludarme en cada pasito que daba. Veo
tanta belleza en mi imagen de niña que no entiendo como no he sido consciente de
ella hasta ahora.
Yo era una niña risueña, cantarina,
imaginativa, valiente, ligera y espontánea y percibía la vida como algo alegre y
liviano. Así es como viven la existencia los seres alados de luz, las hadas, los
elfos, los duendes y los gnomos, todos ellos guardianes de la naturaleza cuyo
vínculo de corazón con ella los une eternamente al alma del planeta Tierra y a
la de otros planetas. Algunos de ellos provienen de planetas líquidos y vienen
a La Tierra a integrarse con el elemento tierra.
De pequeña, no sentía llorar al alma del
planeta Tierra, pero, de adulta, sí. Es un llanto silencioso, tremendamente
sincero y emocional, es un grito de hastío por el dolor incesante que contamina
la esencia genuina que dio origen al alma del planeta y que fluye sutil y etérea
por cada una de sus arterias lastimadas y congestionadas.
El pensamiento positivo, la energía reiki o
cualquier otra que conecte con el ser de cada uno es un poderoso bálsamo que
necesita este planeta para sanar y sanarnos, y aunque nos parezca que nuestras
aportaciones, en este sentido, sean mínimas, nada le pasa por alto a la Madre
Naturaleza que nos acoge y que atestigua cada paso que damos desde nuestro
nacimiento hasta este instante. Ella agradece cada muestra de respeto hacia su
ser sintiente al cual hay que reverenciar y proteger.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
El alma del río
Desde este asiento sobre el lecho del río,
me siento una testigo de excepción de su belleza natural, esa belleza que nunca
cesa de fluir y que posee la capacidad de apaciguar a los que la contemplan en
su transcurso.
Su sonido perfecto transfiere armonía y
eleva el ser en un contacto íntimo con la naturaleza en nuestra cualidad de
hijos de la Tierra.
Me emociona sentirme una con el alma de este
entorno paradisíaco que me hace revivir mis días de infancia en las montañas.
Aquí regreso a mis orígenes, a aquello a lo
que pertenezco y que me recuerda que he pasado demasiado tiempo olvidándome de
mí misma y que mi derecho divino es sentir el ahora en toda su amplitud y
grandeza.
Sentir es algo que a veces se nos niega, con
tantas prisas, exigencias y competitividad.
Sentir es algo que hay que recuperar a toda
costa para poder conectarnos a la fuente de vida que nos ha sido dada.
Respirarla en cada poro.
Respirarla en cada poro.
Cabalgar sobre cada latido hacia nuestra
verdad.
Escudriñar en nuestro interior y permitir
que aflore la luz.
Desempolvar nuestros sueños e infundirles
aliento de vida.
Ésa es la valentía de vivir desde uno mismo.
Difundir la belleza que hemos descubierto
gracias a nuestros recursos interiores.
Encontrar lo grande en lo pequeño.
Promulgar a los cuatro vientos
que gozar la vida es plasmar la autenticidad en cada acto.
Rodearse de personas sanas, honestas y
nobles.
Compartir nuestros tesoros en una relación
libre de condicionamientos.
Esa es la naturaleza divina y genuina del
ser humano.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
La fuerza del alma desde el río
El sonido del agua del río es eterno. Me
purifica el alma y limpia las partes dañadas del espíritu.
Las burbujas blancas se disuelven lentamente
y en el proceso de su disolución se llevan el dolor al explotar con él y
desaparece.
Corre el agua dibujando olas que se mueven
hasta el infinito y que recogen nuestras emociones para renovarlas y sentirnos
libres de ser y de volar en la dirección de nuestros sueños.
El sol ilumina a esas burbujas juguetonas
que no cesan de formarse en la bajante del río y que me recuerdan la
transitoriedad del instante, tan corto y efímero en su decurso.
Transcurre la vida momento a momento y en
cada uno de ellos debiéramos permitirle que nos guíe hacia nuestra creatividad,
allí donde reside la sabiduría del alma y de su expresión más amplia y pura.
Vivir es abrirse a nuestra expresión del
alma libre, ligera, espontánea y etérea para mostrar gracias a ella nuestra
mayor belleza, esa que reside en la misión de cada uno, esa que fluye libre de
entregarse fielmente al propósito del río de nuestras vidas.
El caudal no cesa de moverse hacia delante
allá donde lo empuja el movimiento del momento presente, ese que reina en el río
de una vida consciente y atenta.
Nuestra plenitud reside en no dejar que las
formas del río nos cautiven y nos atrapen de tal modo que nos impidan que nos
veamos reflejados en su superficie en aquella imagen que realmente nos
representa: la de esa alma que vive en el río y que le brinda su aliento de
vida.
Esa alma que no necesita respuestas, sino que sabe por intuición. Esa alma que no sufre y que no se agarra, sino que fluye libre por sus aguas. Ese alma que, mansamente, se doblega al ritmo del curso del río porque le ha dicho sí al instante. Ella no se preocupa porque sabe que el dolor es pasajero, que la alegría es el timón que guía su embarcación en el río y que su energía creativa irá dirigiendo la aventura río abajo.
Esa alma que no necesita respuestas, sino que sabe por intuición. Esa alma que no sufre y que no se agarra, sino que fluye libre por sus aguas. Ese alma que, mansamente, se doblega al ritmo del curso del río porque le ha dicho sí al instante. Ella no se preocupa porque sabe que el dolor es pasajero, que la alegría es el timón que guía su embarcación en el río y que su energía creativa irá dirigiendo la aventura río abajo.
Es la misma alma que viene con todos los
recursos para ser y para crecer con confianza, determinación y la valentía de
ser uno mismo, libre de la opinión ajena y de los condicionamientos que la
ahogan. Esa alma que sabe escuchar al sabio y reconocer en él al filósofo de la
vida, al gran maestro que quizás la multitud ignora. Ese alma que nos permite
ser la singularidad de uno mismo, de ese río cuyas agua nutren la tierra y le
otorgan el don de la vida.
Esa misma alma que no actúa desde la
carencia, sino desde la riqueza de ser. Esa alma que afronta e integra los
altibajos como su sustento, como algo que la mantiene viva y en contacto con la
realidad. Ese alma que se encuentra en el ahora y que le abre los ojos al
instante.
Esa alma que nada en la quietud y en
movimiento pues se expresa en todo momento y circunstancia. Esa alma que ha
venido a transitar en el planeta para sentirse a sí misma y verse reflejada en
todo lo demás. Ese alma que ha venido a enriquecerse y a no compadecerse, a
crecer y no a estancarse o acomodarse. Ese alma que sabe quien es y que en la
vida la mayor bendición es sentirse libre y ligera. Y así es como nace su
esencia más pura: en la libertad del ser o la libertad de ser y de existir.
Esa alma que no conoce el miedo sino el
empuje para actuar en nombre de su existencia.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Relato de un hada
Renazco en un reino de hadas
y fantasía donde el tiempo se disuelve en cada amanecer y las hojas de los
árboles bailan con el viento hasta que el sol se pone y la luna me invita a
vivir mi mejor sueño, el de abrir las alas y dejarme caer en mi esencia hadada.
Racimos de estrellas iluminan
mi alma y me muestran el camino en un mundo encantado donde la ilusión camina a
mi lado, alentada por los suspiros de los ángeles.
En la oscuridad de la noche
todo cobra forma a través de una luz invisible, perceptible a vuestros ojos, que me
guía en una estela de besos y de juegos hasta mi silencio interior, donde una
sabiduría ancestral yace desde la eternidad y se posa en los pensamientos más
sublimes. Desde el silencio se abre la flor del conocimiento y de la certeza que
nos acerca a nuestra misión desde la intuición y la confianza en uno mismo. Sólo
desde el corazón somos nosotros mismos. Él tiene latido y voz, y experimentar su
sonrisa nos eleva a aquello que hemos venido a hacer.
Me confundo con la brisa y me
dejo arrastrar hasta la superficie de un río donde me hechiza el fluir sonoro y
tranquilo del agua, ese fluir de la corriente que sigo eternamente y que me
cautiva desde mi nacimiento. El río desemboca en un mar donde el olor a sal abre
mis poros y purifica mi luz. Las olas rompen en la costa y en la arena recojo
una caracola. La acerco al oído para oír el ronroneo del mar. Escucharlo por la
caracola y a la vez presenciar el estallido de las olas en la orilla, me lleva a
disfrutar enormemente de la vibración rítmica y energizante del océano ante cuya
belleza me disuelvo y retorno al seno de la madre naturaleza. Ella me acoge en
su regazo y me recuerda que he regresado a casa.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Visita al río por Año Nuevo
Las casas de piedra frente al río son la
atalaya vigía y callada de la belleza y el sonido tranquilo de esta agua. Son
aguas bañadas de espiritualidad y de luz divina que, en actitud silente y
reservada, fluyen serenas en su curso y manan de una fuente celestial con la
virtud de alimentar el planeta.
El agua lo limpia todo a su paso y tiene la
virtud de purificar las mentes que se dejan seducir por la armonía y la pureza
que emana.
A su paso el agua hace callar las voces
alteradas y les transfiere un susurro angelical que las reconecta con la paz del
alma. Sin duda, este río está custodiado por hadas y elfos.
El manto de nieve acaricia la cumbre de las
montañas que presiden este pueblo de cuento de hadas con un encanto que
enternece los corazones que lo habitan y dulcifica sus palabras.
La niebla a lo lejos se ha posado mansamente
en este paraje montañoso y se confunde con las siluetas del entorno para
hacerlas invisibles a los ojos de los demás. Es como si quisiera preservar la
apariencia de las formas que tienen la dicha de formar parte de este lugar cuya
expresión es salvaje y libre.
Lo sagrado se eleva por encima de los picos
nevados hasta alcanzar el vuelo de los ángeles.
Más abajo, la corriente del río transcurre
con fuerza y deja atrás lo obsoleto para alinearse con lo nuevo que viene a
enriquecer nuestras vidas.
Los rayos del sol se dejan caer amorosamente
sobre la superficie acuática y esta fusión del agua y de la luz, me maravilla,
me ancla en el presente y me demuestra que nada es imposible y que todo puede
completarse con todo.
Este día de sol resulta una bendición en
este frío invierno y me recuerda que lo inesperado puede convertir un día
cotidiano en un milagro.
En un tramo del río tan oculto que parece
secreto a las miradas ajenas, me sumerjo en un baño imaginario y tibio, coronado
por una neblina de tonos verdes y azules, símbolo del equilibrio entre el mundo
vegetal y el acuoso.
Me empapo de esta gama cromática y me
visualizo recibiendo una lluvia reiki de esta energía singular de color
azul-verdosa que me restablece al estado natural de serenidad.
Cuando las nubes tapan el sol, doy por
concluida mi jornada en el río, dando las gracias por cada rayo recibido y por
recargarme en el agradable ruido de fondo del río, un placer de dioses, que me
lleva camino del silencio interior.
Y desde aquí agradezco el don de la vida y a
todo lo que ha contribuido a que esté aquí y ahora.
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
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