Relatos

En el alma del bosque con los seres elementales de la naturaleza

Estar en el alma del bosque resulta una bendición. Fundirse en el trino de los pájaros al amanecer, cuando los primeros rayos acarician la cresta de las montañas, te conecta con lo sagrado del instante que tienes el honor de presenciar.

La niebla a los lejos se ha posado en el valle con una forma tan densa que parece que se haya disfrazado de mar y conforme se va retirando con parsimonía y elegancia a lo largo de la montaña, descubre los picos de las rocas que había estado ocultando con recelo.

El silencio tiñe el lugar con la esencia de lo divino y de lo auténtico y se muestra como un emperador callado que reina sin ser visto ni desvelar su identidad.

El sol se despierta y da vida a todo aquello que está bajo su dominio. Este astro levanta el telón de la noche y otorga el colorido luminoso a la vegetación de la cordillera nevada.

El silencio desayuna con el corazón del bosque y a ellos se unen la magia y la belleza inherente al reino de la naturaleza. Los elfos, las hadas, los gnomos y los duendes comparten el ágape con ellos, mientras celebran la dicha de existir. Los animalitos se acercan a ellos, mansos y confiados, y se rinden al momento y a la compañía de estos seres de luz alados cuya religión es la preservación del planeta.

El graznido de los cuervos irrumpe con tal fuerza que rasga el silencio. Precisamente, con este sonido pretenden enseñorearse del silencio, olvidando que éste se halla en el trasfondo del ruido que emiten.

El encanto y el misterio sutil de la niebla que perezosamente se pasea todavía sobre algunas praderas, se confunde con el de las nieves de las cumbres en una unión y un equilibrio natural que me fascina. Atestiguarlo es un honor que me impulsa a seguir reverenciando con más fuerza a la Madre Naturaleza, y vivo este sentimiento de manera tan intensa que hace que me olvide del frío que hace. Me siento diminuta ante tanta grandeza pero intuyo que mi respiración confluye al ritmo de los latidos del vientre terráqueo.

Me emociona la expresión natural de todos los elementos de la naturaleza tan llenos de su ser y de su identificación con el milagro que subsiste en toda forma de vida. 

A lo lejos escucho la voz de mi alma gemela, ese ángel de la guarda que me ha enseñado a amar la vida, y que no ha podido resistir la tentación de adentrarse en el bosque para recoger sus frutos y silenciar sus pensamientos en la paz de tan hermoso lugar. Su voz me llama y me recuerda que debo despedirme en secreto del bosque. Lo tomo en mi corazón y le envío reiki a él y al alma del mundo que ha tenido la bondad de acoger a la humanidad en su seno.

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual

Las hadas y los elfos del río


Hoy vivo mi sueño particular en el lecho del río. El sueño de refrescarme en el agua, de recrearme en su sonido relajante y de agradecerle su función nutriente de la tierra y de los que la ocupan.

De pequeña, me encantaba bañarme en el río, arropada por el trino de los pájaros y por la brisa traviesa que soplaba entre las hojas de la vegetación y se escabullía, filtrándose en el agua. Podía sentirla entonces como un cosquilleo que me bajaba hacia los pies, mientras permanecía inmóvil dentro del río, agotada de zambullirme y chapotear sin parar.

Ahora me siento parte del río y aquí pido a la vida que me ayude a fortalecer mi compromiso con la madre naturaleza para contribuir a preservarla y permitir que brille con la luz que sólo la madre tierra tiene reservada para sus hijos.

Los elfos y las hadas se mantienen en un segundo plano, para no robarle el protagonismo al encanto del momento.

Los rayos del sol me susurran que estamos aquí para sentir y conciliarnos con el hoy y no para perdernos en el camino de las preocupaciones que nos fustigan para no dejarnos ser.

Agradezco todo lo que me ha llevado a este instante de comunión con lo que es y con la sabiduría que rige el Universo. Yo me empeño en ser feliz, aunque a veces no la comprenda. Sé que en todo lo que sucede, se esconde lo divino y que acabará saliendo con la misma naturalidad con que lo hace el arco iris tras la lluvia.

La magia se oculta en cada milagro que nos pasa por alto. La vida está llena de ellos pero a veces tenemos una habilidad especial para ignorarlos. El milagro radica en la existencia en sí misma, en el fluir de los acontecimientos, en el interior de cada uno de nosotros. A veces nos perdemos a nosotros mismos y entonces somos incapaces de reconocernos como milagro y nos volvemos ciegos al milagro que se halla en todo lo demás.

El alma es nuestro mejor regalo. Es un milagro eterno y nuestra mejor maestra pero a muchos les resulta invisible y por eso no saben de su presencia. Está en nosotros y en todo lo que observamos.

De pequeña me emocionaba el equilibrio de lo natural y como todo acaba regresando a su origen. Así de flexible y de obvio resulta todo.

Añoro haber dejado de ser niña pero sigo soñando despierta el sueño del ahora, ese ahora que cobra vida en el latido de mi vibración de agradecimiento, de asombro, de aceptación y de dicha por ser lo que soy. Mis guías, a quienes percibo como seres alados muy ligados a la naturaleza, y todo lo que me ha pasado, me han conducido a este ahora, ese logro en sí mismo que yo vivo en cada paso sin aferrarme a ninguna expectativa que pudiera modificar la esencia pura de cada momento que yo tengo la bendición de sentir.

La transparencia del agua me transmite que el alma limpia del río, le infunde esa cualidad que la convierte en ella misma. Le pido a esa alma que me enseñe a sanarme y a comunicarme con las hadas sanadoras del agua.

La soledad es el regalo que me permite interiorizarme con paciencia para acceder a ese grado de mí misma que hasta entonces desconocía. Sin embargo, el dolor me impide entregarme a un nuevo grado de evolución. Ser consciente de ello ya es un primer paso, el siguiente, seguir adentro.

Hay tanta belleza contenida en este lugar y también ante mí que bien merece la pena investigarme a mí misma. Si la veo reflejada fuera, también estará en mí.

Una hoja cae suavemente de un chopo sobre la superficie del río. La hoja se deja llevar por su alma viajante y errante que la guía río abajo, aunque a ella ni tan siquiera parece importarle la dirección, sólo el camino infinito que su alma ha trazado para ella.

Existe un trasiego más allá de nuestra comprensión donde se tejen los hilos del destino con la laboriosidad de un mago que despliega su magia en el horizonte de cada paso que damos.

Percibir esa magia que ha sido creada para nosotros, nos coloca en una dimensión que va mucho más allá de lo que somos capaces de ver ahora y que nos conecta con la inmensidad del ser. 

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual

Pensamientos de un hada


Paseo por un campo de ensueño sembrado de silencio. El sol del amanecer acaricia las formas terrestres, mientras el rocío baña el alma de las flores. La luna se ha ido tímidamente y las estrellas han cerrado los ojos y su luz. Los rayos del sol se filtran en mis pensamientos y reparten promesas de luz y de bienestar.

Observo y me siento en cada árbol, en cada flor, en cada brote de hierba y es como si ya hubiera formado parte de todo esto, sólo que ahora soy capaz de contemplarlo desde otra perspectiva. Así es el juego de la vida, vivir la existencia desde diferentes ángulos que nos completan. 

El ruido de fondo del río me recuerda que estoy en el ahora y camino hacia él. En el lecho, me refresco y siento el gozo de la vivencia del instante. Un ruiseñor me regala su trino y agradezco profundamente estar en ese lugar sagrado y divino, que desprende magia en cada muestra de su ser.

La brisa matutina entra en mis poros y juega en la superficie de mi piel. También penetra en cada hueco de la tierra, en cada rendija entre planta y planta y, en cada movimiento de su danza, doblega a la vegetación que, ligera y dócilmente, se rinde a ella. 

Agradezco infinitamente presenciar el nacimiento del nuevo día y me incluyo en ese estallido de vida que ahora se despierta tras el letargo de la noche. Me siento a meditar ante el río y me imagino deshacerme en el agua y fluir y ascender por ella río arriba hacia la cumbre de las montañas. En la cima, me convierto en nieve y cada copo cae sobre los corazones de los hombres y les aporta dicha, entusiasmo y alegría en una chispa inicial que viene a bendecir al mundo. 

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual


Mi paseo con las hadas, los elfos, los gnomos y los duendes del bosque

Un viejo chopo me ofrece el asiento de su tronco. Tras él, el ruido de fondo del río rompe el silencio de este paisaje verde, sublime y encantador que reconozco con el asombro de una niña y que reverencio desde el recogimiento de un alma silenciosa que halla su paz en lo sagrado. 

El tronco del chopo tiene forma de silla en uno de sus laterales. Ese asiento parece que ha estado mucho tiempo esperándome, y no sólo a mí, sino también a otros caminantes que desean hacer un alto en el camino para recrearse en la belleza del lugar.

Sentada, escucho el ligero chasquido de las hojas al caer al suelo. El otoño preside ese entorno divino y coloreado que engulle mi atención hacia su naturaleza misteriosa y callada. 

Las ortigas alrededor del chopo me trajeron episodios de mi infancia en las montañas. Mis juegos transcurrieron en el campo junto a ellas. Las ortigas no me gustaban porque al tocarlas, me picaba la piel y me salían unas erupciones molestas que desaparecían al cabo de poco. Sin embargo, de mayor me beneficié de sus cualidades beneficiosas para el cabello.

En cada árbol, en cada planta, en el curso de ese río detrás de mí, reconocía la paz que de pequeña habitaba en mi alma. Deseaba recuperarla y que se quedara conmigo para siempre a pesar de todo. Ese era mi mayor propósito y las ortigas estaban ahí para recordármelo. 

Algún pensamiento juguetón me susurró que yo era silencio y que debía trascender mi ruido mental y el de mi entorno habitual. La vida iba a ser mi maestra para esto. Algo me decía que no me estaba imaginando nada y que sucedería tal y como lo había pensado.

Desde pequeña había estado ligada a los seres elementales de la naturaleza: hadas, gnomos, duendes y elfos, y, por supuesto, mis favoritos: los ángeles. Les pedí mentalmente a todos ellos que me desvelaran los secretos para me recordaran como volar, encontrar mi silencio interior y desarrollar una mente neutral, libre de juicio y de condicionamientos externos para poder vivir en libertad y poder ser lo que había venido a ser: una embajadora entre el reino de las hadas y el de los humanos. Un aleteo rápido y sonoro de un ave que en ese preciso instante cruzó cerca de mí sin ser vista, me confirmó que los seres alados habían escuchado mis peticiones y que se habían comprometido a atenderlas. En agradecimiento, les hice una ofrenda de pétalos de rosas y prometí traerles minerales en el futuro. Adoran esas piedras.

Cada paso en esa naturaleza preciosa y mágica, me acercaba a la niña libre, alegre y sin miedo que un día había sido pero que la vida se encargó de apalear para que se convirtiera en triste. Sin embargo, había llegado el momento de dejar eso atrás y de cortar con lazos insanos que me habían estado ahogando durante demasiado tiempo. Había adoptado el coraje de tomarme tiempo para aclararme, para llevar a cabo mi misión y decir sí a esas almas que me estaban esperando en el mundo.

Seguía sentada en el chopo. Reparé en que detrás de mí había una pequeña pared de tierra. El sonido de una ligera cantidad de tierra desprendiéndose de ella, me recordó que debía seguir mi camino. Ese lugar activaba al máximo mi intuición. De niña era muy sensible y receptiva a lo sutil y mágico y quería redescubrir ese don de nuevo.

Me paré unos instantes para recoger alfalfa para las aves que tenía en el corral de casa. De pequeña, mis abuelos tenías plantaciones enteras para alimentar a los animales de la granja. La alfalfa me conectó con mis recuerdos con ellos. En ese sentido, la naturaleza me estaba brindando un retroceso que me estaba reconfortando.

El ruido de fondo del río me calmaba y me transmitía que la existencia siempre sigue su curso y que la vida es un don que no hay que malgastar con pensamientos negativos, al contrario, que hay que aprovechar las dificultades para potenciar lo bueno que nos traen y visualizar con más fuerza que nunca todo lo positivo que reside en nuestra alma. De esta forma, nos rebelamos a nosotros mismos nuestros secretos, y con el aliento del pensamiento positivo, les conferimos la mejor de las vidas: la del momento presente destinado a materializarlos. Tener la valentía de visualizar lo bueno en plena dificultad le confiera la fuerza de un volcán.

Seguí caminando y vi una espiga de diente de león y le soplé para ver volar a sus semillas. De chiquilla solía hacerlo, mientras pedía un deseo. En esta ocasión, antes de soplar, pedí que la especie humana fuera digna de vivir en el mundo, convirtiéndose en su protector.

Me senté ante el cauce el río para seguir dejándome subyugar el sonido relajante del agua. 

Los rayos del sol del mediodía impactaban en la superficie del río donde las olas sobresalían y provocaban la aparición de las burbujas en las bajantes. De pequeña, soñaba con poder cogerlas para soplar y ver como explotaban en el aire pero me resultaba imposible. Sólo podía hacerlo con las burbujas de jabón, no con las del agua del río. Se me antojaba como si el lecho del río protegiera a sus burbujas, otorgándoles vida eterna pues yo siempre las veía allí, dibujando sus formas perfectamente circulares sobre el regazo del río que las amamantaba. Además, las rocas del río se confabulaban con ellas para hacerlo posible. De pequeña percibía la naturaleza como un ente sintiente lleno de vida, con ciclos de muerte, cambio, regeneración y colaboración. Eso era algo que me fascinaba y que me enseñaba a aceptar los procesos. 

Dejé atrás el río y me acerqué a unos columpios. Me senté en uno de ellos y me dejé balancear en el aire, sintiéndome chiquilla y embargándome de la dicha del momento.

Me marché sin prisa de aquel lugar, agradeciendo en cada paso la alegría de sentir y de vivir desde mi corazón de niña.

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
 
 Los ángeles y la naturaleza


Me siento bendecida por el halo de luz que los ángeles irradian en mi espalda y que percibo como una mano cálida y acogedora que me inspira confianza, que acaricia mis hombros y que me envía energía hacia mi columna. 

El agua del río fluye y suena sin cesar. Su sonido relajante me adormece y mis sentidos se aletargan de forma mansa. Mi alma se adormece y sigilosamente me adentro en el corazón. Me siento como cuando era niña: libre de ser y de expresarme, en estado libre, salvaje y natural. 

Me visualizo corriendo río arriba y sonriendo a las flores, que parecían saludarme en cada pasito que daba. Veo tanta belleza en mi imagen de niña que no entiendo como no he sido consciente de ella hasta ahora. 

Yo era una niña risueña, cantarina, imaginativa, valiente, ligera y espontánea y percibía la vida como algo alegre y liviano. Así es como viven la existencia los seres alados de luz, las hadas, los elfos, los duendes y los gnomos, todos ellos guardianes de la naturaleza cuyo vínculo de corazón con ella los une eternamente al alma del planeta Tierra y a la de otros planetas. Algunos de ellos provienen de planetas líquidos y vienen  a La Tierra a integrarse con el elemento tierra. 

De pequeña, no sentía llorar al alma del planeta Tierra, pero, de adulta, sí. Es un llanto silencioso, tremendamente sincero y emocional, es un grito de hastío por el dolor incesante que contamina la esencia genuina que dio origen al alma del planeta y que fluye sutil y etérea por cada una de sus arterias lastimadas y congestionadas.

El pensamiento positivo, la energía reiki o cualquier otra que conecte con el ser de cada uno es un poderoso bálsamo que necesita este planeta para sanar y sanarnos, y aunque nos parezca que nuestras aportaciones, en este sentido, sean mínimas, nada le pasa por alto a la Madre Naturaleza que nos acoge y que atestigua cada paso que damos desde nuestro nacimiento hasta este instante. Ella agradece cada muestra de respeto hacia su ser sintiente al cual hay que reverenciar y proteger.    
  
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
 
 El alma del río


Desde este asiento sobre el lecho del río, me siento una testigo de excepción de su belleza natural, esa belleza que nunca cesa de fluir y que posee la capacidad de apaciguar a los que la contemplan en su transcurso.

Su sonido perfecto transfiere armonía y eleva el ser en un contacto íntimo con la naturaleza en nuestra cualidad de hijos de la Tierra.

Me emociona sentirme una con el alma de este entorno paradisíaco que me hace revivir mis días de infancia en las montañas.

Aquí regreso a mis orígenes, a aquello a lo que pertenezco y que me recuerda que he pasado demasiado tiempo olvidándome de mí misma y que mi derecho divino es sentir el ahora en toda su amplitud y grandeza. 

Sentir es algo que a veces se nos niega, con tantas prisas, exigencias y competitividad. 

Sentir es algo que hay que recuperar a toda costa para poder conectarnos a la fuente de vida que nos ha sido dada. 

Respirarla en cada poro. 

Cabalgar sobre cada latido hacia nuestra verdad. 

Escudriñar en nuestro interior y permitir que aflore la luz. 

Desempolvar nuestros sueños e infundirles aliento de vida. 

Ésa es la valentía de vivir desde uno mismo.
 
Difundir la belleza que hemos descubierto gracias a nuestros recursos interiores. 

Encontrar lo grande en lo pequeño.

Promulgar a los cuatro vientos que gozar la vida es plasmar la autenticidad en cada acto. 

Rodearse de personas sanas, honestas y nobles. 

Compartir nuestros tesoros en una relación libre de condicionamientos.

Esa es la naturaleza divina y genuina del ser humano.

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
 

 La fuerza del alma desde el río


El sonido del agua del río es eterno. Me purifica el alma y limpia las partes dañadas del espíritu.

Las burbujas blancas se disuelven lentamente y en el proceso de su disolución se llevan el dolor al explotar con él y desaparece.

Corre el agua dibujando olas que se mueven hasta el infinito y que recogen nuestras emociones para renovarlas y sentirnos libres de ser y de volar en la dirección de nuestros sueños.

El sol ilumina a esas burbujas juguetonas que no cesan de formarse en la bajante del río y que me recuerdan la transitoriedad del instante, tan corto y efímero en su decurso.

Transcurre la vida momento a momento y en cada uno de ellos debiéramos permitirle que nos guíe hacia nuestra creatividad, allí donde reside la sabiduría del alma y de su expresión más amplia y pura. 

Vivir es abrirse a nuestra expresión del alma libre, ligera, espontánea y etérea para mostrar gracias a ella nuestra mayor belleza, esa que reside en la misión de cada uno, esa que fluye libre de entregarse fielmente al propósito del río de nuestras vidas.

El caudal no cesa de moverse hacia delante allá donde lo empuja el movimiento del momento presente, ese que reina en el río de una vida consciente y atenta.

Nuestra plenitud reside en no dejar que las formas del río nos cautiven y nos atrapen de tal modo que nos impidan que nos veamos reflejados en su superficie en aquella imagen que realmente nos representa: la de esa alma que vive en el río y que le brinda su aliento de vida.


Esa alma que no necesita respuestas, sino que sabe por intuición. Esa alma que no sufre y que no se agarra, sino que fluye libre por sus aguas. Ese alma que, mansamente, se doblega al ritmo del curso del río porque le ha dicho sí al instante. Ella no se preocupa porque sabe que el dolor es pasajero, que la alegría es el timón que guía su embarcación en el río y que su energía creativa irá dirigiendo la aventura río abajo.

Es la misma alma que viene con todos los recursos para ser y para crecer con confianza, determinación y la valentía de ser uno mismo, libre de la opinión ajena y de los condicionamientos que la ahogan. Esa alma que sabe escuchar al sabio y reconocer en él al filósofo de la vida, al gran maestro que quizás la multitud ignora. Ese alma que nos permite ser la singularidad de uno mismo, de ese río cuyas agua nutren la tierra y le otorgan el don de la vida. 

Esa misma alma que no actúa desde la carencia, sino desde la riqueza de ser. Esa alma que afronta e integra los altibajos como su sustento, como algo que la mantiene viva y en contacto con la realidad. Ese alma que se encuentra en el ahora y que le abre los ojos al instante.

Esa alma que nada en la quietud y en movimiento pues se expresa en todo momento y circunstancia. Esa alma que ha venido a transitar en el planeta para sentirse a sí misma y verse reflejada en todo lo demás. Ese alma que ha venido a enriquecerse y a no compadecerse, a crecer y no a estancarse o acomodarse. Ese alma que sabe quien es y que en la vida la mayor bendición es sentirse libre y ligera. Y así es como nace su esencia más pura: en la libertad del ser o la libertad de ser y de existir. 

Esa alma que no conoce el miedo sino el empuje para actuar en nombre de su existencia.  

 
Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual

    Relato de un hada


Renazco en un reino de hadas y fantasía donde el tiempo se disuelve en cada amanecer y las hojas de los árboles bailan con el viento hasta que el sol se pone y la luna me invita a vivir mi mejor sueño, el de abrir las alas y dejarme caer en mi esencia hadada.
Racimos de estrellas iluminan mi alma y me muestran el camino en un mundo encantado donde la ilusión camina a mi lado, alentada por los suspiros de los ángeles.
En la oscuridad de la noche todo cobra forma a través de una luz invisible, perceptible a vuestros ojos, que me guía en una estela de besos y de juegos hasta mi silencio interior, donde una sabiduría ancestral yace desde la eternidad y se posa en los pensamientos más sublimes. Desde el silencio se abre la flor del conocimiento y de la certeza que nos acerca a nuestra misión desde la intuición y la confianza en uno mismo. Sólo desde el corazón somos nosotros mismos. Él tiene latido y voz, y experimentar su sonrisa nos eleva a aquello que hemos venido a hacer.
Me confundo con la brisa y me dejo arrastrar hasta la superficie de un río donde me hechiza el fluir sonoro y tranquilo del agua, ese fluir de la corriente que sigo eternamente y que me cautiva desde mi nacimiento. El río desemboca en un mar donde el olor a sal abre mis poros y purifica mi luz. Las olas rompen en la costa y en la arena recojo una caracola. La acerco al oído para oír el ronroneo del mar. Escucharlo por la caracola y a la vez presenciar el estallido de las olas en la orilla, me lleva a disfrutar enormemente de la vibración rítmica y energizante del océano ante cuya belleza me disuelvo y retorno al seno de la madre naturaleza. Ella me acoge en su regazo y me recuerda que he regresado a casa.

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
 
Visita al río por Año Nuevo

Las casas de piedra frente al río son la atalaya vigía y callada de la belleza y el sonido tranquilo de esta agua. Son aguas bañadas de espiritualidad y de luz divina que, en actitud silente y reservada, fluyen serenas en su curso y manan de una fuente celestial con la virtud de alimentar el planeta.

El agua lo limpia todo a su paso y tiene la virtud de purificar las mentes que se dejan seducir por la armonía y la pureza que emana.

A su paso el agua hace callar las voces alteradas y les transfiere un susurro angelical que las reconecta con la paz del alma. Sin duda, este río está custodiado por hadas y elfos.

El manto de nieve acaricia la cumbre de las montañas que presiden este pueblo de cuento de hadas con un encanto que enternece los corazones que lo habitan y dulcifica sus palabras.

La niebla a lo lejos se ha posado mansamente en este paraje montañoso y se confunde con las siluetas del entorno para hacerlas invisibles a los ojos de los demás. Es como si quisiera preservar la apariencia de las formas que tienen la dicha de formar parte de este lugar cuya expresión es salvaje y libre.

Lo sagrado se eleva por encima de los picos nevados hasta alcanzar el vuelo de los ángeles.

Más abajo, la corriente del río transcurre con fuerza y deja atrás lo obsoleto para alinearse con lo nuevo que viene a enriquecer nuestras vidas.

Los rayos del sol se dejan caer amorosamente sobre la superficie acuática y esta fusión del agua y de la luz, me maravilla, me ancla en el presente y me demuestra que nada es imposible y que todo puede completarse con todo.

Este día de sol resulta una bendición en este frío invierno y me recuerda que lo inesperado puede convertir un día cotidiano en un milagro.

En un tramo del río tan oculto que parece secreto a las miradas ajenas, me sumerjo en un baño imaginario y tibio, coronado por una neblina de tonos verdes y azules, símbolo del equilibrio entre el mundo vegetal y el acuoso.

Me empapo de esta gama cromática y me visualizo recibiendo una lluvia reiki de esta energía singular de color azul-verdosa que me restablece al estado natural de serenidad.

Cuando las nubes tapan el sol, doy por concluida mi jornada en el río, dando las gracias por cada rayo recibido y por recargarme en el agradable ruido de fondo del río, un placer de dioses, que me lleva camino del silencio interior.

Y desde aquí agradezco el don de la vida y a todo lo que ha contribuido a que esté aquí y ahora.

Autora: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual

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