
A veces miramos al otro como dando por supuesto que él está mejor que nosotros y no necesariamente debe ser así. Lo triste de esto es que mientras estamos pendientes suponiendo o imaginando sus condiciones personales o emocionales, estamos descuidando nuestro propio estado emocional, sobre todo, porque quizás prestamos más atención a lo negativo que se halla en nosotros (lo cual nos empuja a valorar o cuestionarnos las condiciones o situaciones ajenas en lugar de reconocernos a nosotros y vivir nuestro presente o tratar de ver al otro como un espejo de nuestro mundo interior) que a lo bueno que se manifiesta o se halla escondido en nosotros. Una excelente opción sería tratar de escudriñar donde se halla nuestra belleza interna, aquella que nos confiere la luz de la verdadera naturaleza humana, en forma de autoestima, honestidad, sinceridad, etc. en lugar de ignorarla y dejar que emociones negativas nos dominen sin ser conscientes de ello y aceptar lo negativo para tratar de pulirlo. Si alguien está mejor que nosotros, debemos alegrarnos por él y, si está peor, aceptar su proceso de evolución y desearle lo mejor.
La mejor opción es pensar que en lugar de mejor o peor, en realidad, se trata de diferentes grados de evolución y que el camino de cada uno es personal y variable, por tanto, lo que hoy es de un modo, mañana puede cambiar pues todo es transitorio y estamos de paso, por eso, si hemos desarrollado el desapego y la aceptación de las circunstancias, más entregados estaremos a la misión de nuestra alma y, por tanto, más profundizaremos en el mejor aprendizaje: el de nosotros mismos, aquél que nos habla desde el silencio, la intuición y certeza que nos otorga la sabiduría interior. En esta sabiduría reside la auténtica magia de la vida porque nos conecta con el ser, aquello que somos en esencia y que estamos destinados a conocer y experimentar.