martes, 11 de junio de 2013

Creer en los niños



Los niños y los jóvenes son nuestro presente y nuestro futuro y constituyen el motor de cambio de la sociedad. Educarles en las emociones, habilidades sociales, inteligencia emocional, asertividad y a trabajar en equipo, entre otros, propiciará un cambio de paradigma hacia una nueva humanidad.

Creer en los niños implica estar atentos a sus necesidades y a impulsarles en sus procesos creativos, escuchando sus emociones, enseñándoles a manejarlas y a sentirse en paz y en equilibrio incluso en el ojo del huracán. De este modo, se respetarán a sí mismos y a los demás y podrán llevar a cabo su misión, desarrollar su potencial e interactuar adecuadamente con el entorno.

Los niños son muy imaginativos pero existe sabiduría y pureza en sus palabras, pues su estado de niños es tan puro que incluso recuerdan aspectos inherentes a la intuición y a la naturalidad con que todo fluye, que siempre puede existir algo más allá de lo que ven nuestros ojos pero que para ser sensibles a ello hay que sentir desde un corazón abierto.    

La sencillez con que los niños ven las cosas es algo que podemos aprender de ellos.  Los niños encuentran alegría incluso en cosas que los adultos consideraríamos como intrascendentes pero que a ellos les hacen sonreír. Es como si fueran capaces de captar algo especial que al mundo adulto se nos escapa o nos pasa por alto.   


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Cada niño supone un rayo de esperanza pues en ellos reside la llave del cambio y las puertas que sólo ellos se atreverán a abrir. Para ello resulta básico que el niño aprenda a creer en sí mismo y que sea apoyado en sus habilidades o bien que se le estimule a identificarlas y potenciarlas. De niños sanos emocionalmente nacen sociedades sanas y con bienestar. Por eso, no hay que descuidar a la población joven sino favorecer los medios para su desarrollo y evolución emocional. El trabajo en equipo donde todas los integrantes son conscientes de su papel constituye una herramienta poderosa que crea el milagro de la intercomunicación, la cooperación y la solidaridad para un mundo mejor. Asumida la propia responsabilidad por el rol de cada uno, se genera la empatía para mejorar la situación de los demás. Así pues, una infancia que cree en sí misma es capaz de crear un mundo más feliz, en paz, ético, más humano y eficaz. Prestando atención a nuestros niños, puede lograrse.    

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Autora texto e ilustración: María Jesús Verdú Sacases
Texto inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual
Técnica ilustración: Acuarela 

10 comentarios:

PEPE LASALA dijo...

Así es Mª jesús, creer en los niños es creer en algo puro, porque ellos son transparentes 100%. Me ha gustado mucho tu entrada. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amiga.

Anónimo dijo...

Excelente exposición de una parte de la vida... Que todos somos.

Un abrazo.

Carolina dijo...

Con esos ojazos de cielo no hay duda de que son un rayo de esperanza maravilloso!

Ricardo Tribin dijo...

Es la fuerza de creer, mi querida amiga María Jesús.

Olga i Carles (http://bellesaharmonia.blogspot.com dijo...

Siempre debemos aprender del Alma Sagrada de los niños. Ellos son nuestro futuro.



Gracias.

Olga i Carles (http://bellesaharmonia.blogspot.com dijo...

Siempre debemos aprender del Alma Sagrada de los niños. Ellos son nuestro futuro.



Gracias.

Marina-Emer dijo...

Es verdad amiga querida ,los niños son el alma y consuelo a la vida que haria yo ahora sin mis dos hijos que ademas me adoran y eso que soy una mujer de carne y hueso ...no soy un angel ya quisiera yo Maria Jesus seo o parecerme ,soy mujer de carne y hueso que amo ,amaaria y a los hijos ama por encima de todo...gracias mi querida amiga por tu visita tan cariñosa y tus bellas palabras.
besitossssssssss
Marina

Rayén dijo...

Muy de acuerdo, si tenemos niños felices tendremos un mundo feliz. La inocencia, la sensibilidad, la transparencia y la alegría de los niños hacen la diferencia.
Te dejo un abrazo inmenso, amiga.

Ricardo Tribin dijo...

Cada vez me gustan mas tus posts.
Un abrazo

Ricardo Tribin dijo...

Te dejo un abrazo pleno de mucho aprecio.